Cierto día me dieron un dato: en un campo, en las afueras de La Plata, bajo un tinglado, había un Ford T 1927 muy desarmado y con faltantes y otro 1922. Según el dueño, hacía 20 años que estaban parados.
Allí fuimos. Cuando los revisamos vimos que les faltaban las colas y las ruedas estaban totalmente apolilladas. Bueno, dije, los compramos igual...
Llevé a mi taller el 1922. Limpié su carburador, el tanque de nafta, le eché aceite a las bujías y limpié platinos. Empecé a darle manija. Al rato comenzó a hacer algunas explosiones y arrancó. Extraordinario. ¡Qué alegría!
Lo acomodé un poco. Tenía un nido de ratoneras en la dinamo y se lo dejé.
Comenzamos a ir a los encuentros del Club del Ford T con el auto tal cual lo encontramos, todo oxidado y sin la cola. Le poníamos unos fardos de pasto y llamaba tanto la atención que permanentemente nos sugerían que no lo restauremos. Pero la madera estaba tan apolillada que se empezó a romper debilitando toda la carrocería. La puerta ya no cerraba.
Decidí restaurar lo imprescindible llevándolo entonces a la carpintería de mi amigo Julio, quien trabajó toda la madera. Mi hermano Jorge me rearmó la cola tipo "Doctor". El resto lo dejé como estaba, como lo encontré. Hoy exhibe la pátina de muchísimos años de uso, su antiquísima pintura original y el óxido que fue quedándose en su superficie, pero que no pudo deshacer esa increíble chapa con la que el viejo Henry la recubrió, para que durara y durara. Fue su auto más querido y su importancia en la historia del automóvil (y de la humanidad…) fue superlativa. Tanto, que fue declarado El Auto del Siglo XX. Y yo tengo este ejemplar original.
Llevé a mi taller el 1922. Limpié su carburador, el tanque de nafta, le eché aceite a las bujías y limpié platinos. Empecé a darle manija. Al rato comenzó a hacer algunas explosiones y arrancó. Extraordinario. ¡Qué alegría!
Lo acomodé un poco. Tenía un nido de ratoneras en la dinamo y se lo dejé.
Comenzamos a ir a los encuentros del Club del Ford T con el auto tal cual lo encontramos, todo oxidado y sin la cola. Le poníamos unos fardos de pasto y llamaba tanto la atención que permanentemente nos sugerían que no lo restauremos. Pero la madera estaba tan apolillada que se empezó a romper debilitando toda la carrocería. La puerta ya no cerraba.
Decidí restaurar lo imprescindible llevándolo entonces a la carpintería de mi amigo Julio, quien trabajó toda la madera. Mi hermano Jorge me rearmó la cola tipo "Doctor". El resto lo dejé como estaba, como lo encontré. Hoy exhibe la pátina de muchísimos años de uso, su antiquísima pintura original y el óxido que fue quedándose en su superficie, pero que no pudo deshacer esa increíble chapa con la que el viejo Henry la recubrió, para que durara y durara. Fue su auto más querido y su importancia en la historia del automóvil (y de la humanidad…) fue superlativa. Tanto, que fue declarado El Auto del Siglo XX. Y yo tengo este ejemplar original.