Salar de Uyuni
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donde por primera vez sonó la campana de libertad en América, en 1809 |
los Incas, en medio del salar de Uyuni |
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Parafraseando a Machado, cuatro caminantes "hicieron camino al andar" adentrándose temerariamente en las entrañas Bolivianas, a bordo de sus automóviles, tratando de entremezclarse con sus maravillosos y desérticos paisajes. Éramos Carlos y Margarita Büchele, mi esposa Titi y yo, Rodolfo López.
Por las interminables carreteras bolivianas de ripio y piedra, desarrollamos promedios que rara vez superaron los 15 Kph. Si bien, como puede apreciarse, las condiciones viales no son las más adecuadas, es importante hacer notar la solidaridad y disposición de la gente que circula por esas primitivas rutas, ya que en cualquiera de nuestras habituales paradas, algunas con el solo objeto de sacar una foto, se detenían a brindar ayuda y hasta nos ofrecieron el agua potable que tenían. Por ello, es de remarcar lo bien que nos sentimos en Bolivia, disfrutando su increíble y virginal paisaje y sorprendiéndonos enormemente al visitar sus antiguas e imponentes catedrales y edificios, construidos, la mayoría, en la época colonial.
Para llegar a Tarija, zona de viñedos, donde se elaboran los mejores vinos de Bolivia, atravesamos los gigantescos cerros que la rodean, por caminos de cornisa con numerosos túneles excavados en la roca, donde la frecuente presencia de animales sueltos aumentaba el peligro. Seguimos luego nuestro derrotero por pueblos que parecían salidos de cuentos, Camargo por ejemplo, con sus acantilados rojizos y la hospitalaria Hortensia, propietaria del hotel, donde nos hospedamos y de un museo etno-arqueológico. Hortensia atesora fascinantes historias remotas, dice ser descendiente de una acaudalada familia aristocrática, otrora propietaria de grandes extensiones de tierra y con innumerables sirvientes que se desvivían por satisfacerla.
Ya llegando a Potosí divisamos el maravilloso Cerro Rico. Conocimos sus entrañas, desde donde salió la enorme riqueza que, durante años financió la economía de España, destino final de las toneladas de monedas de plata salidas de la Casa de la Moneda. En este lugar mítico aún se conservan intactas, las gigantescas máquinas que, traccionadas por burros y operadas por indígenas reclutados en toda América, acuñaban las monedas que engrosarían el tesoro español.
Desde Potosí partimos hacia otro desafío: llegar al salar de Uyuni, el mayor desierto de sal del mundo, donde siglos antes existió un océano. Alberga en su inmensidad una isla de coral llamada Inti Huasi, lugar de rituales Aymará, allí, los habitantes originarios ofrecían sacrificios humanos a sus dioses. Desde sus 200 mts de altura, se divisa el vasto salar, que ha cobrado la vida de muchas personas extraviadas que sucumbieron por falta de agua y provisiones. Varios monolitos "in memoriam" advierten del peligro, ignorado aún por muchos turistas que siguen internándose sin radio ni elementos de supervivencia imprescindibles. Durante la noche la temperatura baja a -20º y durante el día sube a +17/20º y es casi imposible encontrar una referencia (en Bolivia no hay GPS) para orientarse.
En sus 12.000 km2 reina una inhóspita soledad, no hay donde guarecerse o como pedir auxilio. Adentrarse sin equipo es tentar a la muerte.
Finalmente, luego de recorrer interminables kilómetros por caminos solitarios y senderos de cornisa, vadeando ríos y circulando, a veces, por su lecho de piedras, llegamos a Sucre, sorprendente, hermosa e histórica Ciudad, donde por primera vez en Hispano América sonó la campana de LIBERTAD, que luego se reprodujo por todo el continente aunque, irónicamente Bolivia fue el último país en declarar su independencia en 1825. Allí tuvimos oportunidad de alojarnos en un bellísimo parador, Santa Maria la Real, que en el siglo XVIII había sido el Palacio de la Real Audiencia de Charcas y fuera redecorado por su actual propietaria, con bellas antigüedades que connotan un refinado gusto.
Ahora sí, dejando de lado el relato turístico, vayamos a lo nuestro: al llegar a Aiquille, la Toyota de Carlos recalentó y quedó en medio de un pantano, debí remolcarla, con mi modesto Ford Focus, momento más que divertido, ya que se suponía que el auto era el más débil. Luego de las bromas de rigor arribamos a Totora, otro lugar de ensueño, donde tuvimos que alojarnos en una casa. Cargamos la camioneta en un camión y la llevamos a reparar a Cochabamba, donde, diligentemente solucionaron el problema, que resultó no ser grave, pero nos permitió recorrer la ciudad y sus multitudinarios mercados, donde Marga y Titi se compraron… ¡TODO!
Ya con ambos vehículos en orden, partimos rumbo a Santa Cruz de la Sierra, pasando por Bulo Bulo, Ichilo, Yapacani, entre otros pueblos, disfrutando de un paisaje verde y hermoso, muy diferente al desértico anterior.
Llegando en horas de la tarde encontramos un tráfico endiablado, donde todo el mundo tocaba bocina y doblaba para cualquier lado, lo que significaba que habíamos llegado a la gran Ciudad, marcando el fin de la verdadera aventura. A partir de allí todo el camino fue pavimentado y bueno hasta Argentina y luego hasta La Plata.
Lo más importante es que, después de más de 6.000 Km y luego de los consabidos relatos con los amigos de CAdeAA, nos queda el deseo de repetir la historia y empezar a programar un nuevo viaje.
Por: Rodolfo López