Isard 700 – Un auto bien aceitado. Parte II
Andanzas de uno, como cualquiera de nosotros, pero peor…
Isard 700 – Un auto bien aceitado. Parte II
Falta envido: 33
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Una fresca mañana de lunes (o martes, o jueves) partimos desde mi casa con destino a Mendoza, La Tierra del Sol y del Buen Vino. A ninguno de los tres nos importaba –entonces- ni el sol ni el vino. Sorprende lo que el mero paso del tiempo opera sobre los gustos del varón adulto. En estos tiempos el Sol nos gusta bastante, porque nos calienta e ilumina, aunque con una linterna y una estufa te arreglas. Pero el Malbec es el Malbec.
Partimos desde mi casa, decía. El Isard venía con Willy al volante y Carlos como copiloto, por lo que me tocó el cargo de co-copiloto, función a desempeñar desde el restringido asiento trasero, obligado a recostarme de coté, como Nerón en la orgía.
Honestamente, no puedo recordar de qué hablábamos durante aquellos primeros kilómetros. Creo que debo haber dormitado. Lo que sí recuerdo vívidamente es que después de unas horas de viaje me incorporé y me senté, al medio, entre los dos asientos delanteros.
Desde esa posición podía ver hacia delante, y, eventualmente, hacia atrás por el espejo retrovisor. Avanzábamos, alegremente, devorando los caminos a unos 130 kilómetros por hora. (Rewind: bueno, a 80). En una de mis casuales miradas al espejito, vi, de pronto, una enorme y espesa nube blanca que parecía seguirnos, como un globo pegado a nuestro paragolpes trasero.
Como el responsable co-copiloto que era, anuncié de inmediato la existencia de tal novedad. Willy, que evidentemente me estaba facturando mi responsabilidad por la destrucción del motor del Go, echó una mirada casual al espejo y declaró, con catedrática solemnidad: "Debemos de haber pisado una mancha de aceite que se está quemando al tocar el caño de escape" Me la tuve que tragar.
Pero después de 5 minutos la nube seguía detrás nuestro, lo que provocó que pasaran estas cosas: Cosa 1: Paramos y nos bajamos. Cosa 2: Nos agolpamos ante la salida del escape, observando como goteaba un líquido que parecía aceite. Cosa 3: Comprobamos que era aceite. Cosa 4: Abrimos el capot y chequeamos el lubricante. Cosa 5: La varilla nos gritó: ¡Chiva!
No recuerdo qué volumen de aceite cargaba el 700, pero puedo afirmar que la varilla marcaba nada.
El catedrático y yo evocamos al unísono nuestra recientemente superada etapa kartingiana. Carlos largó un: "¡Viejo, estamos meados por un jeroglífico!"
"¿Jeroglífico?" nos consultamos, Willy y yo, con la mirada; y nos respondimos: "Seguro que pensó en algún dinosaurio..." Y nos morimos de risa durante solamente 2 minutos –lo que habla de nuestra responsabilidad en momentos decisivos- en lugar de los 10 que empleábamos habitualmente ante las salidas de Carlos, que interrumpíamos sólo por sus efectos diuréticos.
Hicimos lo de siempre: miramos atentamente todo lo que se podía mirar. Acto seguido, Willy y yo nos zambullimos debajo del Isard, Carlos no se zambulló. No sé si deseábamos encontrarnos con el carter roto, lo cual, pese a su dramaticidad, hubiera facilitado el diagnóstico. Pero, abajo, todo parecía impecable. Indudablemente, el aceite se vaciaba por el escape. ¿Y ahora? Carlos: _"Esto es de fábrica".
Digresión: Carlos, cuando cumplió 3 años, decidió no trabajar nunca en la Vida. La Vida le dijo: "Okey, Carlitos", y Carlitos honró su promesa con férrea determinación. No obstante, un día se le presentó la oportunidad de emplearse en "Rent-A-Car", la primera empresa de ese género en instalarse en el país.
Pese a los anticuerpos que colonizaban su torrente sanguíneo, Carlos debió ceder ante nuestra recomendación de aceptar el empleo, un poco por la razonabilidad del tema y otro poco por las patadas que le propinamos. El caso es que Rent-A-Car contaba, en su flotilla, con varias rancheras Ford, con una amplia puerta trasera, ideal para embutirles el kart, y 2 Triumph TR 3, uno rojo y uno negro. Dos Triumph, queridos amigos.
El día que cumplí 20 años, el regalo de Carlos fue un timbrazo matutino y una voz que preguntó por mí. Herondina (nuestra mucama gallega; juro por Dios que se llamaba así):
_"De parte quién eeee?
Voz: _"De Rent-A-Car, señora".
H: "¿De quién?"
Abrevio el jugoso diálogo. Herondina era intraducible. De alguna manera logré interpretarla, y bajé a la calle como un rayo. Allí estaba, estacionado, el Triumph negro, reluciente, con sus ruedas Rudge brillantes. Me volví loco. Le pregunté al tipo si lo tenía que llevar a algún lado. Una mirada apreciativa lo convenció del peligro que entrañaría el dejarse conducir por mí. Me dijo que debía entregar el auto a las 21 hs. en la sede de la empresa, Córdoba y Paraná, y se fue.
Sólo diré que subí a casa a buscar el registro y a disfrazarme para la ocasión, bajé a mil y me mandé una largada tipo Le Mans. Cuando entregué el auto, a la noche, el tipo verificó el kilometraje. Me miró. Volvió a mirar el indicador; volvió a mirarme. Creo que dijo algo como "es imposible..."
Escribió algo, se subió al Triumph y yo me volví a casa, después del Gran Premio que me corrí en el abnegado producto británico.
Cuento lo de Carlos porque quiero dejar sentado que el muchacho no tenía experiencia en el rubro automovilístico. Toda la hizo a bordo de las unidades de Rent-A-Car. Les daba pata como sordo al sonajero, y si se rompía algo, las llevaba al taller. Pero de mecánica, cero.
Volvamos a la ruta. Cuando Carlos, el que sabía menos que nosotros, dijo aquello de la falla de fábrica, lo miramos en silencio y cavilamos sobre el tema. (¿Tendría razón? Y si la tenía, ¿qué haríamos?) Nosotros: ("¿De fábrica?" Okey. ¿Larga distancia? ¿Operadora? ¿Me puede comunicar con el señor Goggomobil? Alemania, señorita.)
No era posible. Miramos hacia delante, hacia atrás, hacia arriba. Nadie. Ni un alma. Consultamos el mapa caminero del ACA. Estábamos cerca de Arrecifes. Recordamos que en Arrecifes vivía un corredor (qué original, ¿no?) un ex Fuerza Limitada, pero no recuerdo su nombre. El tipo era el campeón de la categoría, con un 700. Seguro que conocía el Isard.
Pero primero había que llegar a Arrecifes. Por suerte, a unas cuadras había una YPF. Willy se quedó en el auto; Carlos y yo caminamos, llegamos a destino y consultamos con todos los que nos escucharon. Balance: 4 tipos; 4 respuestas diferentes.
Compramos 2 latas de Supermovil y volvimos al Isard. En realidad, solamente le entró un litro. Lo pusimos en marcha. Todo bien. Ninguna nube. Magia. Milagro. Aleluya.
Subimos y arrancamos. Carlos iba, ahora, atrás. Le dijimos que mirara atentamente por la luneta trasera.
Isard: _"Prrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr"
La edad de Cristo/Las del inglés
Ya dije hasta el cansancio que en cuestiones mecánicas éramos un asco; pero el mayor de los problemas que nos auto-inflingimos en nuestra demoledora carrera era el de que siempre optábamos por la solución incorrecta, aderezada por un persistente chambonismo que nos hacía hacer una macana tras otra.
No puedo precisar la cantidad de roscas que zafamos; de tornillos que transformamos en clavos a fuerza de borrarles las ranuras; de bujías imposibles de aflojar por apretarlas con una llave inglesa más apta para montar oleoductos que para ajustar las Champion J-10 frías, después de calentar el motor con cualquier otra cosa.
Willy o yo: "¿Flaco, tenés una caliente?
El Flaco rebusca en una enorme caja de madera y te pasa una bujía sin marca. El electrodo como una gilé.
_"¿Flaco, de dónde sacaste esta porquería?"
_ "Me la regaló Juancho.".
Se refería a Juancho Colanero; el hermano de Mingo, el preparador del auto de Rolo Álzaga (quien alguna vez se dejaba ver –y oler a Chivas- por el taller de Libertad y Posadas). Si Juancho te regalaba una bujía, ponele la firma que no servía ni para supositorio de dromedarios.
Que alguien me explique por qué razón el motor arrancaba con semejante basura. Decía más arriba que éramos un asco de mecánicos. Pero algo de teoría había. Se podría decir que no éramos unos negados absolutos. Como Carlos, con su gracioso equilibrio: nada de teoría, nada de práctica.
Volvamos a la ruta. Dijimos que el Isard resucitó. Como todo andaba bien, resolvimos pasar de largo por Arrecifes sin consultar al piloto del 700 campeón. Una acertada decisión, como todas las nuestras... .
_"Prrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr" .
Durante un rato discutimos sobre el origen del problema, exponiendo teorías que me avergüenza evocar.
Y así transcurrió una media hora. De pronto, el vigía de popa gritó: .
_"¡¡¡Otra vez!!!!" .
De nuevo la nube blanca. Paramos. Medimos. Agregamos un litro. Montamos. Seguimos.
Para no aburrir, aunque me reservo la razón del problema para el final de este relato, diré que hicimos todo el viaje, de ida y vuelta, agregando un litro de aceite cada 33 kilómetros. Llegamos a adquirir una destreza excepcional para la maniobra. Llevábamos montones de latas de un litro, peloteando por el piso del asiento trasero. El co-copiloto portaba la herramienta para perforar latas. Mirábamos el cuentakilómetros, y cuando llegaba a 33 parábamos, y cargábamos el troli en una brevísima operación. Hagamos unos números:
2.500 -.- 33 = 75 (Donde 2.500 es la totalidad de kilómetros recorridos y 33 el módulo) 75 es la cantidad de litros de aceite utilizados.
El aceite era barato, en aquellos tiempos, por lo que pudimos solventar la erogación sin morir en el intento. Para los que se pregunten por qué no arreglamos el problema, diré que hicimos numerosos intentos, de los cuales destacaré solamente estos tres:
Intento 1: .
Siguiendo la recomendación del tipo con la cara menos confiable al sur del arroyo Maldonado, proseguimos hasta Río Cuarto, donde el hermano (del tipo, no del río) era el Jefe de Taller de la concesionaria de "estos autitos". Llegamos a Rio Cuarto de noche. La concesionaria no existía. Había una de De Carlo, que abría a las 9 del día siguiente. Chau.
Intento 2: .
Siguiendo la recomendación del segundo tipo con la cara menos confiable... etcétera... dimos con el taller de "el vasco Charrieta", el amo de los fierros de San Luis. El tipo se llamaba Echevarrieta, pero eso no le importaba ni a él. El taller del vasco parecía el depósito de chatarra de Juancho Colanero (ver ut supra). La proporción de fierros oxidados era de 60/40 (60 por ciento de óxido puro, y 40 de fierro viejo). Por alguna razón nosotros esperábamos encontrarnos con un Augusto Cicaré puntano. Pero no. En el taller de Cicaré había –contaba Fangio- unas camas de bronce con las cuales "Pirincho" estaba armando el helicóptero que diseñara y luego construyera. Sobre una mesa había un motor de válvulas desmodrómicas by Cicaré, "...que daba más de 10.000 rpm..." continúa relatando Fangio, con su voz de paisanito melancólico, en un cassette que conservo.
En lo del "Charrieta" también había unas cabeceras de camas con las que el vasco estaba fabricando...camas. Y arriba de una mesa había un motor de un cilindro, de una bomba de agua, con un volante de un metro de diámetro, al que le calculamos 14 rpm por abajo de las patas. Chau II.
Intento 3: .
Siguiendo ...etcétera.....ya en Mendoza, llevamos el móvil a la concesionaria Isard, donde hicieron todo lo que parecía adecuado. Lo metieron en la fosa, esperando al Jefe de Taier, quien por fin arribó, con su delantal blanco almidonado (bueno, sin almidón), peinado a la cachetada y con anteojos con montura de concha (acá decimos: "de carey"; pero en España dicen: "de concha" y no me puedo resistir). El sabio escuchó mil veces nuestras explicaciones. Sin decir nada se encerró en su oficina, de donde salió a los 20 minutos. Habrá estado bebiendo, y/o consultando el manual, y/o rezando, pero cuando se acercó al Isard con orgullo y bizarría –como los granaderos de San Martín- casi aplaudimos. Dio unas breves cuan precisas directivas a uno de sus acólitos, quien partió como una exhalación en su Puma con escape libre. El sabio de parrales nos dijo que pasáramos a buscar el Isard a la tarde, antes de la 7. Cuando le preguntamos cuál era el problema, sonrió de costado mostrando un diente de oro, y nos dijo –enigmático- "los espero a las 7".
¿La tercera es la vencida? Después les cuento.
-continuará-
Por: Guillermo Aguirre