"En el karting, hice ruido". Parte II
Andanzas de uno, como cualquiera de nosotros, pero peor…
"En el karting, hice ruido". Parte II
Yo, preparador
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Un día cayó Cacho Fangio, en un Ford 38 negro. Nos dijeron que era el hijo de Fangio; les dije que yo era el hijo de Nuvolari, y Willy el de Caracciola. Pero era cierto y le prestamos el kart. Dio algunas vueltas y quedó encantado. ("Me lo probó el hijo de Fangio, gil").
El problema era que no podíamos competir contra los mecánicos ni contra los tipos a quienes sus padres, tíos, abuelos, les metían mano. Y los que podían traerse fierros importados; como el popular Pablo N., comisario de a bordo de Braniff, que siempre tenía lo mejor. Optamos por él. Comenzamos a comprar la revista "Karting World," en cuyos avisos se anunciaban piezas especiales. Siempre dispuestos a escuchar consejos de cualquiera, optamos por encargar -vía el comisario (que, extrañamente, no era mariposón)- un escape que prometía aumentar en 2,5HP la potencia de un Mac 20 standard. También encargamos los planos de preparación. Un buen día recibimos el escape, y corrimos a instalarlo en la planta motriz. Parecía un gran embudo de sección rectangular, de 14 x 12 cm. a la salida. Producía un ruido escandaloso. Y andaba menos que el de fábrica. En esos tiempos era usual que el piloto girara el cuerpo para tapar con la mano la entrada de aire del carburador. (Se llegó a correr con cuatro carburadores: dos arriba y dos al carter. No andaba, pero cuando el tipo aparecía con ese fierro mefistofélico te daban ganas de matarte; después, la mayoría de las veces ni arrancaba). En una oportunidad en que giré para cebar el carburador, me olvidé de las dimensiones del nuevo escape y apoyé mi antebrazo de pleno sobre el asunto. La quemadura fue atroz, tardó meses en sanar y me dejó una horrible cicatriz cuadrilonga, color milanesa.
Estábamos dando mucho handicap, y pese a que nos subieron al puesto 26 en el ranking. Necesitábamos más potencia, así que me postulé como preparador, ya que el bagayero volante nos aseguró que siguiendo las instrucciones del plano americano, cualquiera podía hacerlo. La cosa consistía, básicamente, en pulir las lumbreras de admisión y escape de acuerdo con unas plantillas de cartulina que venían con las instrucciones. No contando con herramienta motriz alguna, todo debería hacerse a mano. "A dedo", para ser preciso, porque se trataba de limar el metal, luego lijarlo con papeles cada vez más finos, terminando por pulir todo "a espejo" con este dedo impregnado de carborundum. El trabajo quedó bien y este dedo mal. Las instrucciones aconsejaban colocarse un dedo recortado de un guante de goma, cosa que hice, pero por alguna razón el dispositivo fracasó, y el dedo índice de mi mano derecha quedó como el de Kunta Kinte, obligándome a dar permanentes explicaciones a personas a quienes no le interesaban. En una fiesta, una reunión, un asalto, una boite:
DAMISELA QUE TE INTERESA MUCHO (con cara de asco): "Qué te pasó en ese dedo?" VOS: _"Te explicaré. Resulta que estoy preparando el motor... kart... un plano....Karting World....papel de lija...carborundum... ¡¡Eh, no te vayas, pará que te cuento cuando rectificamos el cilindro...¡¡Loca!!"
Las instrucciones aconsejaban colocarse un dedo recortado de un guante de goma, pero el dispositivo fracasó y el dedo índice de mi mano derecha quedó como el de Kunta Kinte.
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Sigamos. Ahora, íbamos por más. Como decía Olmedo: "Si la vamo a hacer, hagámola bien". Decidimos poner toda la carne al asador, y encargamos la junta más fina, un múltiple "Jet Ram" y un pistón de alta. Este último requería rectificar el cilindro llevándolo al máximo de la tolerancia admitida por el reglamento: 0.40 (pulgadas). Mi padre, como importador de máquinas-herramienta alemanas y suizas de alta precisión, conocía a todos sus clientes y sabía quien poseía tal o cual rectificadora. Le rogué que me conectara con la firma X, cuyos amables dueños accedieron a rectificar el cilindro de mi motorcito, en cuanto pudieran disponer de la máquina, que sólo trabajaba de noche para evitar el temblor que ocasionaban los camiones. Un día me llamaron, y fui con mi cilindrito.
El operador de la maquinota, encerrada en una jaula de vidrio, con temperatura y humedad controlada, un italiano alto, pelado y de penetrantes ojos celestes, me miró como a un forúnculo supurante, y me preguntó a cuánto quería llevar la medida. Le contesté, con un hilo de voz: "Cero cuarenta, señor". Casi me gritó: "¡¿Para qué quiere eso?!" Pese a las enunciadas condiciones del recinto, mi temperatura y humedad se descontrolaron. Le expliqué confusamente que el pistón, que la revista, que el carborundum, pensando que en cualquier momento me iba a rectificar a mí en su máquina infernal. Con gesto brusco me sacó la pieza de la mano, dio media vuelta y se fue de mi vida para nunca más volver. A los dos o tres días me llamaron de la fábrica para decirme que pasara a buscar la pieza. Así lo hice, esperando no encontrarme con el señor italiano malo.
Partí con el block hacia la sección MONTAJE Y AJUSTE FINAL DE IMPULSORES DE CARRERA (una mesita pedorra en el cuarto de servicio de mi casa), y me aboqué a armar el motor. Me sorprendió que al pistón le costara tanto entrar en el cilindro. Los pistones tenían solamente 2 aros que se le cambiaban cada 2 carreras, maniobra a la que yo ya estaba acostumbrado. El émbolo siempre entraba fácil en el cilindro, donde sólo era comprimido por los aros. Supuse que la dificultad era normal, y proseguí con el armado, pensando que era mejor que el pistón entrara tan ajustado. ERROR FATAL. ¡Warning! "AVISO: Si se le pone en marcha, su motor se destruirá y en consecuencia deberá Usted ir a cantarle al Zorzal Criollo"
La Vida me enseñaría más tarde que lo único que es bueno que entre siempre ajustado es el coso. Pero, todavía, la Vida no me había enseñado nada; o falté, o estaba distraído.
Vuelta a empujar, y el bólido arrancó como una bala. Una bala explosiva, porque anes de completar media vuelta, explotó. Taa volada, pistón hordado, ánimo rajado. Y un ruido tremendo.
Por: Guillermo Aguirre