Alberto Pereira

Alberto Pereira

Sensible, Fileteador, Poeta, Pintor.

Alberto Pereira
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Alberto Pereira

Según Esther Barujel y Nicolás Rubio, serios investigadores del tema, el origen del Filete Porteño se remonta cerca de 1920, cuando una carrocera de carros se disponía a entregarlos, terminados, al Municipio. Dos aprendices, usando pintura bermellón que andaba por el taller, decidieron pintar unos rebajes (acanaladuras) que la madera tenía. Al regresar el patrón les pegó terrible reto, pero el detalle gustó y el resto de los carreros empezaron a traer los suyos para pintar sus chanfles.

Más tarde, letristas franceses que pintaban los carros de repartidores y empresas, comenzaron a agregarle algún detalle. De esta manera, se inció un filete rudimentario que cada pintor fue enriqueciendo a su gusto y estilo. Más tarde se sumaron los motivos clásicos: cabezas de caballos de carrera, Gardel, Virgen de Luján y aditamentos de arabescos que parecían ser tomados de rejas y frontispicios de edificios neoclásicos de la época. El filete había nacido bien porteño y se expandió luego a todo el país.

Un aporte de importancia fueron las frases. En los carros fue sentenciosa, filosófica, enseñanza de vida: "Cuando la vista se acorta, recién se comienza a ver…" En los camiones, luego, más picaresca: "¿Será nena? ¿Será varón? ¿Querés saberlo? Subí al camión…" o "En la cama de los vivos, este gil duerme la siesta…" También los colectivos tuvieron filete y frase, aunque más sobrios y discretos.

Otros elementos clásicos del filete son: dragón, cuerno de la abundancia, flor de cinco pétalos, de cuatro pétalos, amapola, campanilla abierta o fantasía, gota o lágrima, bolita, anillo, punta diamante, cinta, hoja de acanto, espiral y voluta.

Alberto Pereira, creció dibujando y escribiendo poemas. El lechero del barrio vio sus dibujos y le preguntó al Papá si quería que intercediera ante José P. Cortez para que le enseñara dibujo artístico. Accedió el Padre y accedió el maestro y comenzaron 6 años de aprendizaje intenso, 4 días a la semana. Corría el tercer año cuando el maestro, mirando una pintura suya le dijo: Está muy bien de pintura, pero ahora "vamos a empezar a aprender a mirar", y le enseñó a observar medidas, proporciones, ubicaciones e integralidad de una obra.

Su papá era propietario de colectivos y Alberto se crió entre ellos y sus filetes, copiándolos y dibujándolos a toda hora. A los 13 años comenzó a aprender el oficio con Antonio Dúccoli, famoso fileteador de Avellaneda. A los 17 se independizó. Su carrera había comenzado. Fileteó cantidad de vehículos; llegó a pintar un colectivo por día (filete tradicional). Y nunca más paró. Hoy, infinidad de objetos exhiben su arte. Un balde o una radio antigua, por ejemplo (filete de caballete). También fileteó una línea de zapatillas deportivas (filete publicitario).

Se describe a sí mismo advirtiendo: "Primero fui fileteador. El filete me abrió las puertas. Mucho más tarde, pintor hiperrealista. Aunque, en definitiva, creo, no soy más que un laburante del pincel."

Su definición del filete, clara y sencilla como su mirada: "Es el arte de combinar con armonía y elegancia curvas y contracurvas que en su desarrollo no produzcan abolladuras ni choques entre sí"

El taller de Pereira tiene una magia especial. El hiperrealismo de sus pinturas asombra y sobrecoge. Hay un retrato de su madre, un rostro de Cristo de ojos maravillosos, Favaloro, Julio Bocca y José Larralde, entre otros. Tal vez el más impresionante sea el de Ario, aquel Ovejero Alemán que fuera su fiel amigo.

De exquisita sensibilidad, Alberto ha escrito infinidad de poemas, todos referidos a la vida sencilla y cotidiana, pero de una profundidad y claridad con la que es imposible no acordar y emocionarse.

Cuenta que, cierta vez, debía exhibir y trabajar en el Palais de Glace, por lo que construyó una nueva y reluciente valija de pinturas para estar a tono con la especial circunstancia. Pero al mudar sus pinceles y pinturas a la nueva, vaciando la antigua valija, compañera de tantos años, se quedó mirándola, sintiendo que la traicionaba. Las lágrimas afloraron sorpresivamente y, abrazando a su vieja cajita, prometió no volver a abandonarla. Las mismas lágrimas que afloran hoy al contarnos esa íntima historia. Un poema suyo registra ese suceso.

Su atelier está en el campo, sobre la ruta 2. Árboles, pájaros y frescura envuelven su taller-casa, la que sigue construyendo, con alegría, mientas pinta exquisitamente, perdido en su mundo interior, desbordado de sentimientos nobles.

Fue un honor y un regocijo compartir una tarde con él y su cariñosa Inés. Es un gran artista. Antes, es un gran hombre.

A mi valija

De todas las que he tenido fuiste pa mí la mejor,
compartiste mi dolor mi tristeza y alegría,
por eso valija mía hoy te declaro mi amor.

Sobre el pecho de tu tapa si habré preparao colores,
si habré practicado flores que luego debía pintar,
y cuando te iba a guardar cual si fueras mi criatura,
te alzaba con mucho amor pa no volcar tu pintura.

No pienses que te abandono porque te voy a cambiar
la que ocupe tu lugar no podrá tapar tu historia,
nadie te podrá borrar ni arrancar de mi memoria.

Yo sé que para la gente sos una valija más,
para mi sos y serás un eslabón de mi vida,
se me pianta un lagrimón al contemplarte dormida.

Alberto Pereira