"En el karting, hice ruido". Parte III

Andanzas de uno, como cualquiera de nosotros, pero peor…

"En el karting, hice ruido". Parte III

Parte 3 de 3

jugo de Coco

En el karting, hice ruido. Parte III

Continuando con la historia de los Red Devils, Alberto Coco Rojo (alias Al Red), la siguiente temporada trajo 6 Ford nuevos para hacer sus chiches. La gente no podía creer que utilizaran esos autos nuevos para hacer tales cosas. Recuérdese que estábamos a principios de la apertura de importaciones. En las siguientes temporadas el espectáculo se llamó "Rompecoches", y se dividió en dos: una parte de destreza, con 5 Ford Falcon Argentinos nuevos, y en la otra de destrucción de autos antiguos Muchos deberán recordar sus espectáculos en las canchas de San Lorenzo y de Ferro.

Coco Rojo era un tipo extraordinario; amable, simpático y carismático. Cuando empezó con el Karting logró el éxito inmediato. Sus productos ganaron casi sin excepción todas las carreras. Sus pilotos eran muy buenos, y algunos, muy locos. Como el inefable Horacio "Nene" Turner, integrante de la troupe de rompecoches, capaz de hacer cualquier locura a bordo de algo con ruedas; (una moto, un auto, un carrito de supermercado, un piano). El Nene era el que manejaba los autos en las publicidades de la Ford. Otro colifato era un yanqui grandote y borrachín (bueno: borrachón) que una vez, en el casino de Mar del Plata, cuando perdió todo lo que tenía levantó la mesa de ruleta y la volcó. Un mal perdedor.

Termino aquí con la historia de Coco Rojo porque no paro más

¡cuerpo a tierra!

Nuestros escenarios eran el Velódromo en invierno y Mar del Plata en verano. En el Velódromo ya no se corría en bicicleta; se había trazado una pista en el centro del estadio. Sólo se utilizaba la parte plana, sin el peralte. El peralte se utilizó más tarde, cuando a Pipo Mancera se le ocurrió organizar una temporada de carreras en un segmento de sus "Sábados Circulares". Los puristas de raza que éramos, nos golpeamos el pecho, nos rasgamos las vestiduras y repudiamos la propuesta ("¡Una payasada; una fantochada! ¡¿Dónde se ha visto?¡"). Aunque nos moríamos por hacerlo, rehusamos participar en ese circo. Los tipos andaban a 60 por la parte baja del peralte. De vez en cuando los actores se mandaban alguna maniobra preparada, que Mancera calificaba como "suicida", cuando era menos peligroso que ir a misa.

Volvamos a las carreras en serio. Como dije, en las nuestras no se usaba el peralte. Pero en los entrenamientos se usaba para carburar en alta y para relacionar la multiplicación (Nosotros sólo teníamos un piñon y una corona, así que...) Dejamos de usar el peralte después del día en que Dal Pogetto, un veterano ex corredor de midgets, cayó al vacío, muriendo en el acto.

Corríamos los domingos, ante numeroso público. El ambiente era cálido y festivo, y la pasábamos bien, aunque nunca, ninguno de nuestra escudería superó el quinto puesto.

Un día, Horacio Borda, el importador de los Mc Culloch, nos invitó a correr el domingo siguiente en una de tierra, en Mercedes. El hombre quería promover la venta de sus motores entre los de la Federación Agraria. Le contestamos que nunca habíamos corrido en tierra, y que no teníamos ni las gomas ni el filtro de aire adecuado. Pusimos el filtro y armamos las gomas traseras. Al revés, para variar. Adelante dejamos las slick. El domingo me tocaba a mí. Por alguna razón, en esa carrera, brillé. No veía nada, tragaba tierra como una lombriz, pero los pasaba como postes y terminé tercero. Me encantó. Y más me encantó que al final de la carrera, Borda me propuso que lo fuera a visitar el martes siguiente a la oficina de Billancourt, en la calle Chiclana. Me ofreció, sencillamente, el patrocinio de la empresa para correr con sus motores y el chasis que yo eligiera, en una serie de circuitos de tierra. No había plata, pero tampoco habría gastos. Creí tocar el cielo.
Lo primero que le pregunté, antes de gritarle el descontado SIIII, fue: "¿Y Willy?"
Para mi desencanto respondió que había presupuesto para uno solo. Propuse que corriéramos una cada uno, pero me contestó que la oferta era para mí. Me vi obligado a rechazar su propuesta. Agradecí, salí a la calle y no me tiré abajo del tranvía porque los habían sacado años atrás. (Lo que importa es la intención, reitero).

la banda argentina visita la Banda Oriental

Willy empujado por Alberto Ustariz con casco y<br/>antiparras. Montevideo, 1961
Willy empujado por Alberto Ustariz con casco y
antiparras. Montevideo, 1961

Se anunció el primer campeonato sudamericano, en Montevideo. Poco tiempo atrás habíamos fundado el Buenos Aires Karting Club, con la presidencia del doctor Aldo Sarraceni, un amable médico que un día se presentó en el taller de Coco Rojo para comprar –dijo- "un kart para las nenas". Las chicas querían correr. Coco le vendió un Dart con un motor tranquilo, para que las nenas no se hicieran bolsa, aunque recordó que, de todas maneras, el kart andaba muy fuerte. Don Aldo cayó por el velódromo con sus dos hijas y su Dart. El galeno se subió. El kart arrancó y el buen doctor empezó a dar vueltas por el perímetro, cada vez más rápido. Lo pararon para revisar todo. El hombre no se bajó. Las chicas gritaban: "Papi, papi, ahora a mí". No hubo caso. Creo que hubo que llamar a un escribano para labrar un acta. Al facultativo le había picado el bichito. Despachó a las nenas y le pidió a Coco que le proveyera de un motor intranquilo.

El B:A:K:C: se constituyó con la participación de Sarraceni, el periodista Raúl Sarmiento, el dentista Carlos Mathessius, los polistas Alberto Ustariz y Nicolás Ruiz Guiñazú, el auténtico piloto de carreras Juan Cruz Varela, el inefable Coco Rojo, el Nene Turner, el comendatore Tuttolomondo, y los advenedizos Guillermo Plate, Carlos Ledesma (a) Paloma de convento; porque le daban de comer los padres., y yo. Seguramente, me olvido de alguno. Salvo el Tano, que no corría, todos los demás decidimos participar en el campeonato montevideano, que comprendería una serie de carreras a disputarse durante 4 días.

En un reportaje del diario "El Mundo", se me calificó de "Joven e impetuoso volante." ¿Impetuoso? ¿Por no decir: alocado? También serían de la partida varios pilotos que no eran del BAKC. Con los mecánicos, éramos un montón. Por gestión de no recuerdo quién, se fletó un avión charter; creo que un Curtiss, apodado "La Chancha" ("De las aves que vuelan, me gusta el chancho, me gusta el chancho") Estimulante.

En Montevideo nos alojaron en el hotel "Grand Pedorro" (mentira; no me acuerdo del nombre). Era un hotelucho que funcionaba en una casona de grandes ambientes divididos por paneles que no llegaban al techo y se escuchaba todo lo que del otro lado se decía; y se hacía…

A la mañana fuimos al circuito. Le tocaba a Willy. En una foto de un diario uruguayo, bajo el título de "Brillaron los kartistas argentinos en el Prado", se lo vé a Willy que arranca empujado por A. Ustariz, dice la nota. Para empujar, Ustariz se ha colocado casco y antiparras...no dice la nota.
Yo lo ví de a pié, porque mi motor no arrancó, pese a los exorcismos que se le practicaron. Ni el motor ni yo, arrancamos… Una experiencia horrible, como una piraña en el bidet. Más tarde sabríamos que la culpable fue la válvula "Reed", una delgada lámina de acero llamada "flapper", de las lumbreras de admisión. Nadie tenía una para prestarnos. Habían otros Mc Culloch, pero sus dueños no tenían repuestos. Típico. Nos pasamos todo el tiempo empujando, poniendo nafta y haciendo de chepibes para los afortunados que pudieron correr. Como Alberto....que no se sacó el casco ni las antiparras ni para... bueno: para bañarse.

Sin ánimo para quedarnos hasta el final, decidimos volvernos antes, por lo que no podríamos hacerlo en "La Chancha". Coco nos prometió encargarse de restituir el móvil a Baires sin hacer caso de nuestro exhorto de prenderle fuego. Caímos en la cuenta de que tendríamos que pagarnos el pasaje de vuelta. Para variar, poca guita.
Nos volvimos, de noche, en el "vapor de la carrera". En segunda. O tercera clase. No sé si había una cuarta, pero la nuestra era la peor. El ámbito era de terror: montones de cuchetas con tipos roncando, un par de lamparitas anémicas colgando del techo que goteaba agua nauseabunda, lo que nos obligó a hacer la travesía en cubierta, con la frente marchita, muertos de frío y sin un peso ni para alquilar la foto de un sandwich.

la brigada

El avión detrás de la Brigada Aérea de Morón
El avión detrás de la Brigada Aérea de Morón

Poco después, tres jóvenes oficiales de la Fuerza Aérea -Jorge López, Alexis De Nogaetz y Enzo Antonietti (sí, ése)- llegaron al club para asociarse, y la sede del BAKC se radicó en la VII Brigada Aérea de Morón.

Pasamos así a organizar carreras en un circuito armado sobre una extensa pista auxiliar, demarcado con fardos de pasto. Disponíamos de montones de colimbas, siempre a la orden para acomodar fardos, empujar, etcétera… ("¡¡¡A ver, aquí conmigo, 30 reclutas, carreramarrrrr!!!")

La pasamos bien, aunque era un poco lejos y a mí me enganchaban siempre para hacer de comisario deportivo, cargo que debería ser rotativo pero por alguna razón me tocaba más a mí que a otros.

Herceg, go home

Volvimos a pensar a quién recurrir para extraerle más potencia al motor, el tercero de la lista.

Habíamos ido al Autódromo para probar un kart de dos motores. Era sólo para divertirnos, porque no había una categoría que lo contemplara. En la "Karting World" habíamos visto uno con motor Johnson fuera de borda adaptado; 3 cilindros, 3 carburadores, 60 HP. Quisimos imitarlo. Estábamos en al autódromo, divirtiéndonos con el bimotor, al que le cronometraron 145 kph en la recta con la multiplicación corta que usábamos en Morón. En una de esas apareció un flaquito de cogote largo, Le decían "polaco", aunque lo era menos que Goyeneche. Bueno: héteme aquí al joven polonés en su kart de un solo motor, poniéndose a la par del de dos. (¡Volvete a Polonia, flaco!)

Cuando a los tres días se nos secaron las lágrimas, decidimos recurrir al susodicho para potenciar nuestro motor. Uno que lo conocía nos llevó, a Willy, a Carlos y a mí, en su Renault Dauphine pichicateado (o sea, que en lugar de 109 daba 111 kph. Con los 4 daba 91). Fuimos a Pacheco, al taller de Herceg, por la Panamericana, todavía de tierra.

El polaco nos prestó un motor con 2 carburadores, para que lo probáramos. Volvimos felices, esperando pasarles el trapo a los glostermeteóricos... Lo montamos, le pusimos la mezcla con nafta -la 100/130 de aviación- y conmigo al volante, el motor arrancó, pero con asma, enfisema. Resultó que el polaco no nos dijo que el motor necesitaba del combustible especial que preparaba un tipo de Pacheco. La altísima compresión del motorcito se negaba a funcionar sin la papa adecuada. Era imprescindible comprarle el cóctel al amigo del polaco.

La carrera se venía encima.
(Nosotros, histéricos): _"¡¿Quién sabe de mezclas para motores?!" (Salame aeromodelista conocido de Carlos): _"Yo. La mezcla para esos motores es la misma que la de los aeromodelos...bla...bla....nitrometano...bla...acetona....bla...éter.....bla....bla…" "Salvados", pensamos. "Dale, Cantimpalo: necesitamos 3 litros de eso. ¿Cuánto cuesta?".
El embutido, estudiante de química o de coctelería, sacó una regla de cálculo del bolsillo de su camisa de orlón transparente que dejaba ver la musculosa, y nos largó una cifra. Willy y yo tuvimos la primera menstruación.
"Dejanos pensarlo", dijimos, y a los 2 segundos: "Okey". Era una fortuna. No sé cómo juntamos la plata, pero al día siguiente fuimos a casa del codeguín y retiramos 3 botellas de vidrio verde con tapón de corcho sellado con cera.

El domingo, Willy, con sonrisa mefistofélica y mirada aviesa, vació dos botellas en el tanque del kart. Subió, lo empujamos., y no arrancó. No arrancó, Herceg. No arrancó, Joven Sopresata.

Quienes hayan participado alguna vez en carreras saben lo que es el escuchar el sonido de los motores de los otros pilotos, mientras uno reniega con el suyo, inerte.

se acaba....

El fin estaba cerca. Nos cansamos. Basta de sufrir, diría el pastor Giménez. Le devolvimos el motor a Herceg, quien –tan expresivo- nos recordó con su meliflua voz, que debíamos haberle comprado la mezcla a su amigo. Nos preguntó cuánto habíamos pagado. Se lo dijimos. Se dice que una vez, Herceg se rió. Puede haber sido ésa.

Dejamos de ir a las carreras. Fuimos solamente una vez más a la Brigada, como espectadores, y casi nos morimos de la amargura. Pensé en tirarme desde un Gloster Meteor (estacionado). Willy, más conservador, pensó en tirarse desde un kart (estacionado). Carlos no pensó nada. Vendimos el kart y nos gastamos la plata en un épico viaje a Mendoza en el Isard 700 que el padre acababa de regalarle a Willy.

Pero esa es otra historia.

Por: Guillermo Aguirre