Los autos que pudiera haber tenido pero no… (Capítulo I)

Los autos que pudiera haber tenido pero no… (Capítulo I)

Querido sobrino

Los autos que pudiera haber tenido pero no… (Capítulo I)
Un Napier de la época del que perdí
Un Napier de la época del que perdí
Así es la tapa que aun conservo
Así es la tapa que aun conservo
A los 7 con Mamá y el Ford A, aún en mi garage
A los 7 con Mamá y el Ford A, aún en mi garage

Todos hemos perdido oportunidades en nuestras vidas. Por ejemplo: no comprar algún objeto porque nos pareció caro y luego descubrir que otro lo compró, pagando menos plata y era una mascota de René Lalique que valía una fortuna. Yo estuve considerando mis aciertos y mis desaciertos en el mundo de autos y tengo que reconocer que llevo el estandarte de los perfectos idiotas regateadores. O he perdido más oportunidades que todos mis conocidos juntos, o ellos mienten; pero no pueden ser todos mentirosos.

Me crié en el campo, para ser exacto en San Eduardo, Santa Fé, 20 Km al sur de Venado Tuerto. Manejé una cosechadora antes que un auto, a los 7 ó 8 años. Luego un Ford A a los 9. Por fin un Ford V8 a los 12 cuando ya iba solo al pueblo para hacer mandados. San Eduardo, un pueblo de aproximadamente 1800 habitantes en esos días, para mí tenía solo dos puntos de interés, la usina del pueblo de los hermanos Abeyóu y el taller mecánico de Don Carlos Ansaldi. Cuando acompañaba a mis viejos al pueblo me dejaban en uno de estos dos lugares, generalmente el taller de Don Carlos. La usina tenía su encanto, dos motores diesel Crosley, monocilíndricos, horizontales, con biela a la vista y pistón de unos 500 mm de diámetro y 800 mm de carrera. Ambos con volantes de unos 3 metros de diámetro y las vueltas se podían contar, digamos 100 – 150 x minuto. Cada uno comandaba un generador que proveía 220V a todo el pueblo y también abastecía a la fábrica de hielo en barras que los Abeyóu vendían a los campos de la zona. Este negocio se fue perdiendo cuando apareció la heladera Siam a kerosene. Yo me crié con hielera a barras y lámparas a kerosene. Recién en el ´60 mi viejo instaló un Delco que proveía 32V a la casa y la electrificación rural llegó ¡en el ´83! Adiós Abeyóu.

Por más interés que la usina despertaba en el pequeño Roberto, como me llamaban todos los puebleros, el amor inconfundible de Robertito eran, y son, los autos. Así pasaba mucho tiempo en el taller de Don Carlos con sus dos mecánicos fieles, Daniel y "El Torito". Daniel era puro mecánico, tenía oro en las manos, si faltaba un repuesto, lo hacía. Manejaba el torno, la fresadora, la rectificadora de cilindros y siempre con paciencia para contestar preguntas estúpidas de un nene de 7, 8 ó 10 años. Mientras que El Torito era todo fuerza bruta (campeón de boxeo del pueblo) arreglaba elásticos, bajaba cajas de camiones, le dabas un distribuidor y ¡rompía la bakelita de la tapa al tomarlo! Don Carlos supervisaba de lejos, y sus recomendaciones ó sugerencias eran ley. Él sí que sabía, aprendió el oficio en Fiat de Torino. Sabía, ¡y cómo…!

La parte más interesante para mí eran los dos galpones al fondo del taller, se notaba que nunca se tiró nada de lo que sacaban de los autos de los clientes. También, en alguna época, desarmaron autos. El fondo era la cueva de Alí Baba, siempre lo más viejo atrás y debajo de todo, lo más moderno a la entrada, no estaba en ningún orden, ni por objeto, marca ó modelo. Cosas que quedan clavadas en mi memoria eran la cantidad de piezas de Ford T que había, estimo que habrán desarmado unos 20 ó 30, y que quedaban piezas para armar por lo menos 10 autos, aunque sin carrocería, pues piezas de chaperío casi no había. Entre todo este caos se destacaba un motor distinto, un 6 cilindros, válvulas laterales en tres bloques ciegos con un semi-carter de aluminio. Se veía viejo y siempre supuse que era de algún camión, por lo grandote. Pasaban los años y encontré un chasis grande pero delicado, evidentemente de un auto. Tenía los 4 elásticos y el diferencial con tubo de torque, masas tipo Buffalo. Encontré el eje delantero en otro lado, sin frenos pero con las mismas masas. ¿Qué era? Daniel y El Torito no sabían nada, Don Carlos tampoco ya que el desarmadero lo había empezado su padre, Laurenzo. Pasaron más años y seguía todo tal cual, mi viejo me regaló un Ford A, lo completé con piezas sacadas de ese desarmadero – una atención de la casa- Pero la intriga seguía. Un buen día ya por el año ´63 - ´64 encontré un tanque de nafta de unos 100 litros, redondo, de latón, con una gigantesca tapa roscada con la palabra NAPIER fundida en el bronce. Entonces, al fin, supe de qué auto se trataba. Napier al principio del siglo veinte llegó a ser el competidor más importante de Rolls Royce, tanto en lujo como en confiabilidad mecánica, especialmente el 6 cilindros, que le hacía frente al Silver Ghost de Rolls. El modelo 4 cilindros era la versión más económica de Napier que llegaba a la clase media inglesa.

Hablé con Don Carlos, y me dijo que si lo quería que me lo lleve, me lo cobraría al peso de fierro que pagaba Somisa en San Nicolás. Me dediqué todo un fin de semana largo a juntar todo lo que aparentaba ser del Napier. Encontré las cuatro llantas Rudge Whitworth, una lámpara a carburo que se usaba en el taller como recipiente para lavar piezas. Estaba para copiar nomás pues se encontraba muy golpeada, le faltaba un cacho de latón y todo el interior (quemador, reflector y cristal). Dos de las llantas estaban en la carretilla de basura del taller (¡todavía deben estar ahí!). Era un montón impresionante y no tenía como llevarlo, así que quedé con Don Carlos que en una próxima visita me lo llevaría al campo.

Volví a Buenos Aires, donde estaba viviendo, y a los pocos meses en una visita al taller de Don Carlos, se me pinchó el globo. Don Carlos se había tomado una pequeña vacación en Córdoba y su hijo Carlitos se hizo cargo del taller, y la primera tarea que se propuso fue llamar un chatarrero que vació todo lo que había en el fondo. Chau Napier… Carlitos no sabía nada del trato con su padre. Conservo la tapa de nafta y una rueda desarmada, la otra la doné al Club de Automóviles Clásicos para que hagan su escudo a la entrada de su sede en San Isidro.

El otro auto que perdí en Venado Tuerto estaba en el desarmadero "Detroit" sobre la ruta 8, a la entrada de Venado. Más ó menos año ´65, al llegar a Venado desde Baires, pasé por su frente y, entre los Rastrojeros, tractores Pampa y restos de chatitas Ford y Chevrolet (hechas), había un auto cuyo porte decía "clásico" a gritos. Paré, di marcha atrás y entré. Me recibió el dueño, charlatán, amigable, rápido como un yacaré enjaulado, con sombrero de paja por el sol. Típico… Le pregunté por el auto "Ah, el Stutz de los Ayerza de Arias, fue el auto en que secuestraron al hijo que luego mataron". No sé si el cuento era verdad ó fábula, pero el auto de afuera se veía fantástico. Un sedan ´29 ´o ´30, siete asientos, original hasta las gomas (no el aire, que faltaba). Pero, al abrir una puerta para mirar el interior, éste se cayó; la estructura de madera estaba podrida y apolillada. Por eso hay tantas baquet Stutz dando vueltas. Pero la ventaja de este auto era que se vendía con un motor y caja usada de repuesto, y a la vista Ahí estaba el conjunto al lado del auto. Pedía $ 80.000 Moneda Nacional de ese momento. Ni sabía cuántos dólares representaba, pero sí sabía que no tenía la plata y que era una cantidad similar a mi sueldo mensual. También sabía que a mi viejo no podía pedirle un préstamo para comprar lo que él consideraría una pila de chatarra informe. No me acompañaba en esta locura de los autos. Y así quedó la cosa, en otro viaje a Venado todavía estaba….luego desapareció. "Fercho" Lastra, de Colón, Bs. As, muchos años después me contó que el auto fue rescatado por alguien en Casilda, sobre la ruta 33, donde se mató Zatuszek en el ´37.

Querido sobrino tengo, lamentablemente, más anécdotas de este tipo. Pero seguimos en la próxima carta.

Un abrazo
Tío Mac.