De aquí y de allá...

De aquí y de allá...

En esta nota te presentamos:
* No es un cuento de Navidad
* La voluntad de los objetos inanimados

No es un cuento de Navidad

Nica y Marc con Héctor, en su taller
Nica y Marc con Héctor, en su taller
Nika
Nika
Marc
Marc

Hay cosas que sólo los animales y algunos niños por su intuición pueden captar.

Todo comenzó hace más de dos años cuando veo prendido a la reja de mi taller cual si fuese un abrojo a un hermosísimo niño de unos dos años mirando fascinado los autos acompañado por su madre embarazada. Ante esa escena, les abrí la puerta y los invité a pasar. Cuando la señora me agradeció la gentileza, me di cuenta por su acento de su origen ucraniano. Me agacho entonces para darle un beso al nene como se acostumbra pero él me rechaza y mira a su madre mientras le dice algo en su medio idioma que por supuesto no entendí. Ella me comenta que en su país no acostumbran a saludar así sino dando la mano, por lo que le tiendo mi mano y el gurrumín me da la suya ante mi asombro y el de los que allí estaban. Recorrió los autos y cada vez que yo lo invitaba a subir a alguno, él lo hacía sólo si su madre Natasha lo autorizaba. Terminada la visita, se fueron agradeciendo y Marc, desbordando alegría se despidió con un apretoncito de manos y un "hasta luego" en ucraniano.

Estas visitas se prolongaron más o menos mensualmente y Marc nos saludaba a todos dando la mano. Cuando nació su hermanita, vinieron a presentármela y Marc me gritaba desde la puerta ¡Nica Alexandra!, ¡Nica Alexandra!, ¡Nica Alexandra!, loco de alegría pero siempre saludando con su clásico apretoncito de mano.

El tiempo fue pasando, las visitas continuaron, y Nica aprendió a caminar y a imitar y seguir a su hermano mayor cual una alegre monita hasta que hace un par de meses recibí por parte de ellos la más grande de las alegrías. Abro la puerta y me agacho para darles la mano pero Marc viene corriendo y me abraza con todas sus fuerzas mientras me dice algo en su idioma. Interrogo a Natasha con la mirada y ella me traduce un "Te quiero mucho" que me desarmó. Le di un beso en la mejilla a Marc y él siguió apretando su carita contra la mía mientras yo me esforzaba por no desmayarme. Nica también permitió que la besara.

Cuando logré recomponerme, Natasha me explicó que los chicos no conocen a sus abuelos que quedaron en Ucrania y evidentemente me adoptaron a mi como su abuelo de repuesto. También Marc le dijo a su madre y ella me lo tradujo, que cuando sea grande quiere venir a trabajar conmigo.

¡Grandes cosas de los más chicos!

Héctor Cordeiro

La voluntad de los objetos inanimados
Una copa encuentra su lugar y descansa, después de 50 años.

De aquí y de allá...
De aquí y de allá...
De aquí y de allá...

"Mire José, -me dijo Don PEPEPEPEP-, yo sé que Ud. anda con ese asunto de los autos antiguos, por eso quiero que vea algo que tengo por ahí. Es esta copa, que la dejaron unos inquilinos en una vivienda que yo les alquilaba. La usaban de macetero. Yo estuve a punto de tirarla, pero… como tiene una linda inscripción pensé que podría haber sido importante. Si hubiera sido de otro deporte ya la hubiese mandado a la basura. Pero el automovilismo… ¿Por qué no se fija si puede averiguar algo de ella?"

Tomé la copa y leí: "3RA. VUELTA SIERRAS DE CORDOBA – TROFEO ONOFRE MARIMÓN Y CIA. – JULIO 1960" El tamaño de la copa, su diseño, daban la pauta de un premio importante. Pero, su condición de macetero no permitía abrigar demasiadas esperanzas. Si hubiera sido importante estaría en una vitrina… pensé. De todos modos, decidí averiguar lo que pudiera. Pude todo, porque lo llamé al siempre entusiasta Dr. Sergio Lugo, que tiene una completísima colección de revistas sobre el deporte motor argentino. Me llamó a los 10 minutos diciéndome que ya había encontrado todo, pero nada más. Tuve que esperar a que llegara al taller. Venía con un ejemplar viejo de COCHE A LA VISTA bajo el brazo. "¿Sabés quien ganó esta copa?, -tiró a quemarropa y, sin darme tiempo a reaccionar dijo:- ¡OSCAR GALVEZ LA GANO! ¡ESTA COPA FUE DE EL AGUILUCHO!" La cabeza me daba vueltas. Quería imaginar cosas, pero no todas juntas, como me estaba pasando. Las imágenes venían una tras otra. Lo veía a Oscar alzándola, con su anchísima, carismática, encantadora sonrisa. Luego vi a la gente alzándolo a Oscar y él con la copa en alto. Imaginaba las manos de Oscar tocando esa copa, besándola tal vez. Y también imaginaba a Oscar muy triste viendo un destino de macetero para ese trofeo que había ganado jugándose el prestigio, las horas, la ilusión y, tal vez, la vida. Esa copa la había ganado uno de los más grandes del TC de todos los tiempos.

Fui a ver a don PEPEPEPEP, ¿sabe quien ganó esta copa? -Y le conté la historia que ahora sabía.- Cuídela. Es muy importante, recomendé. Don PEPEPEPEP se quedó pensando un poco y luego, generosamente, dijo: "Mire José. Quédesela Ud. y déle el destino que crea conveniente. Para Uds. tiene un valor incalculable. La merecen más que yo."

Insistí tibiamente para que la conservara, pero deseando íntimamente que no se retractara. Y, afortunadamente, no lo hizo. Salí con la copa bajo el brazo y una gran responsabilidad bajo la conciencia. ¿Dónde debería estar la Copa? ¿Quién debería conservarla? ¿Dónde? Sí tenía claro que el Destino me había designado, elegido como herramienta, como cuidador-legador de un objeto preciado.

Y se me hizo la luz. Luis Spadafora, en su Museo Buenos Aires del Automóvil, estaba preparando un stand dedicado a OSCAR GALVEZ y a su trayectoria. Allí estaría la réplica de su auto, sus objetos, fotos, trofeos. Ese sería su lugar. Allí se juntaría nuevamente con el espíritu de su legítimo propietario.

Reflexioné: El inquilino podría haberla tirado, pero eligió conservarla como macetero. Don PEPEPEEP podría haberla descartado, o regalado a otra persona sin acceso a mi información. Pero la copa se obstinaba en perdurar. Vaya a saber cuantos momentos, manos y circunstancias había sorteado en medio siglo. Siempre buscando el lugar, fantaseé, donde quedar para siempre. SU lugar.

Si los objetos inanimados tuvieran "voluntad" este pedazo de metal inscripto, mostró una de acero, sonreí. ¿Y quien puede afirmar que no la tengan? ¿Fui yo el que decidí donde debía ir a parar? ¿O solo fui su instrumento para cumplir, finalmente, su destino? ¿Coincidencias? Hummmmmm…

Una gran emoción me embargó al imaginar que el espíritu del AGUILUCHO la alzaría nuevamente; contento por haberla recuperado; sonriendo, otra vez, con su anchísima, carismática, encantadora sonrisa, pues la ocasión así lo merecía.

José M. Pedota