El Dakar que corrimos todos - Los Rubinetti y su hazaña colectiva.
El Dakar que corrimos todos - Los Rubinetti y su hazaña colectiva.
Cristian Rubinetti y Walter Kent. Dos desconocidos. Dos locos lindos que un día quisieron probar la gloria. Dos aventureros que decidieron correr el Dakar Argentina-Chile 2010. Desconocidos, locos y aventureros pero no ingenuos. Ellos sabían que tenían detrás toda una familia. Nada más y nada menos.
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Como pueblo que son, terminaron su epopeya un sábado y a los seis días estaban en el Club, dejándose abrazar, agradecer y preguntar y preguntar y preguntar. Estaba Cristian, su hermano Gabriel, su padre Pedro y su Madre Renée, su mecánico Bocha Massarotti, todos alrededor del micrófono. Eran un grupo cerrado. Monolítico. Invencible. Los unía mucho el coraje, pero mucho más el amor. Fuera de micrófono esposa, hijos corriendo por allí, amigos. Todos hipnotizados por el relato de primera mano, caliente, recién vivido.
Cristian respondió preguntas y el relato no fue cronológico.
Así lo contó Cristian
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Foto: Gabriel Bouys, AFP |
la dupla Rubinetti-Kent a bordo Foto: Martín Gómez |
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su experiencia personal relatando el Dakar |
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"Un día llegamos 1 minuto antes del límite, 60 segundos más y se acababa todo. Y recién empezábamos. Allí entendí la mecánica de la carrera. El tema era llegar, como sea. A partir de allí no dormimos, no comimos más. Les cebábamos mate a los mecánicos por que había que arreglar y seguir.
En la 2da. Etapa volcamos. Veníamos tirando juntos con Di Palma, todo iba bien, me animé y lo pasé. Luego nos pasó un coche sanjuanino, profesional de Rallíes y nos prendimos atrás. Andábamos fuerte y confiados. Levanté para encarar una curva muy traicionera. Se abría y se cerraba y no terminaba nunca. Lo dejé ir un poco de costado. De pronto el auto salió planeando. Una piedra nos hizo clavar y volcamos. Dimos dos vueltas de campana y quedó sobre mi costado. Yo había apagado el motor en el aire, por instinto. Le grité a Walter que no se desabrochara. Cuando aclaramos un poco la mente nos descolgamos y salimos. La gente ayudó a ponerla derecha. La chata estaba hecha pedazos. El diferencial se había corrido 10 cm, el cardan estaba suelto, el techo abollado, chapas arrugadas habían apretado un manojo de cables provocando cortos de difícil detección, se rompieron una maza, palier delantero y trasero y explotó la batería. Era apenas el día 2 de 14. Reglamentariamente debíamos llegar al final de la etapa andando, con ambos tripulantes encima, así que la levamos a un taller que estaba en sitio reglamentario y allí un ejército trabajó a destajo. Eran 12 leones, Bocha, Papá, Mamá, Gabriel, sobrinos. Uno limpiaba, otro aflojaba, otro hacía la comida, otro y otro y otro más. Impresionante e inolvidable.
El atraso nos reportó 97 horas de penalización… Largamos, fuimos a un taller Toyota y cambiamos amortiguadores. Pero la columna de dirección estaba doblada y el tornillo de su caja averiado. Para doblar había que golpear el volante hacia un lado o hacia otro. No teníamos dirección hidráulica ni aire acondicionado. Fue la etapa más difícil. Al principio arrancamos despacio, para habituarnos a esas limitaciones. Luego, con más confianza, anduvimos un poco más rápido. Las manos estaban ampolladas.
Los amortiguadores son una historia aparte. Los anclajes se rompieron siempre. Bocha gastó dos rollos de alambre intentando reparar. Pero la mayoría de la carrera corrimos sin amortiguadores, solo con los elásticos que por suerte habíamos dejado puestos. Al fin Bocha inventó un anclaje con amortiguadores de Volkswagen y así terminamos andando. Llegamos esa vez como a las 3 de la mañana. Bocha alineó la camioneta a lo criollo, con un hilo.
Una de las etapas eran 240 km sobre un camino completamente lleno de piedra bola. No podíamos ir a más de 10 o 15 kph. Saltábamos todo el tiempo. No podíamos ni tomar agua. Era torturante y nos llevó al límite de la resistencia mental. En un momento Walter gritó ¡PARÁ! ACA SE TERMINÓ. ME BAJO. ESTO ES UNA CRUELDAD. ¿QUE BUSCAN CON ESTO? Estaba sacado. Habíamos perdido el tanque de Gasoil. No lo pude convencer y por fin paré. No éramos los únicos. Otros pilotos no aceptaban semejante dificultad y se acordaban de toda la parentela de los organizadores.
Estuvimos 40 minutos detenidos. No podíamos pisar el suelo por que nos quemábamos. Nos tirábamos agua dentro de los buzos y así, mientras me recostaba debajo de la camioneta para descansar, aclarar la mente y revisar los fierros, Walter caminaba alrededor levantando una polvareda de talco insoportable. Hablaba solo, gesticulaba. Por fin nos fuimos calmando e hicimos el clic. Esto no estaba hecho a propósito para jorobarnos a nosotros. Esto ERA el Dakar. Este era el enemigo a vencer. Recuperamos el tanque perdido y decidimos seguir a partir de esa convicción que no nos abandonó más. Cada etapa había que atravesarla mecánica, física y psicológicamente. Entramos en el espíritu de la carrera y el mundo desapareció y, como robots nos programamos para un solo objetivo: llegar al fin de cada etapa. Seguir. Llegar. Seguir. Llegar
Cuando terminó esa durísima etapa, nos abrazamos todos. Éramos muchos, todos lagrimeábamos. La habíamos superado. Todos.
Otros pilotos abandonaban, por cansancio o por problemas con el equipo. Pero nosotros teníamos un equipo incondicional. Nosotros ERAMOS un equipo y había compromiso. En los tres momentos más difíciles de la carrera ellos estaban allí, eran nuestro respaldo y seguro. La carrera es muy cruel, muy dura. La soportamos por que estábamos con ellos. Y disfrutábamos juntos cada vez que superábamos un problema.
A veces alucinábamos. Imaginábamos que en el horizonte había un auto. O creíamos ver un camión. Lo veíamos los dos. Pero era solo otra piedra más. En el desierto, el polvo me lastimó la vista. Perdí profundidad. No veía bien. A veces dormía durante 2 o tres minutos mientras Walter, desde su asiento, llevaba el volante. Me cantaba rock nacional y yo, que al principio me resistía, terminaba tarareándolo.
Cada inicio de etapa tenía un ritual. Le agradecíamos a la Virgen por haber llegado bien el día anterior. Nunca pedíamos, siempre agradecíamos. Y Walter me preguntaba: ¿Me llevás hasta…. (y nombraba el destino de la etapa de ese día)? Dale, te llevo.
También usábamos el apostar u$s 100.- por cada web point bien superado o jugábamos un asado por cada decisión acertada al encarar algún obstáculo. La convivencia en el habitáculo y con las presiones a que estamos sometidos, se convierte casi en matrimonial. Tiene todos los momentos de una vida de relación. Amor, enojo, odio, comprensión. Pero al final, la satisfacción de haber hecho algo bien, juntos.
En medio de todo esto, siempre pensábamos en avanzar, por que mi Papá estaba allí, siempre, esperándonos…"
Aquí su papá Pedro dijo: "Estos auxilios no son como los del TC. Allí nos juntábamos con otros auxilios formando un grupito, ayudándonos. Aquí estábamos solos. Un día, los chicos no venían, y no venían. En un momento no aguantamos más y nos largamos con Gaby a buscarlos. Andando a contracarrera (temerariamente) recorríamos las dunas por todos lados, pero ellos no estaban, no los encontrábamos. Era desesperante. Dunas y dunas y dunas y nada.
De pronto, una lucesita, en la cima de una de ellas, lejos… ¡¡SON ELLOS, SON ELLOS!! Y por suerte eran. Cuando reconocimos la chata, el alma nos volvió al cuerpo. Fue una experiencia mayor. Hay que destacar el coraje y el aguante que los tripulantes deben tener"
Cristian cerró así: "Lo maravilloso que tuvo esta carrera es que realicé mi sueño. Pero compartirlo con toda mi familia y mis amigos no tiene precio. Porque muchos alcanzan metas importantes, pero no todos pueden compartir esos logros. Ese es el verdadero valor.
Otro tema increíble es la gente. Alguno me dijo -Te seguimos toda la carrera-. Otro había dibujado la camioneta en una sábana y me la mostraba. Otro se acercó con una camiseta de la selección firmada por Diego, pidiéndome que yo también la firmara. Pero no lejos de la otra firma gloriosa, sino al ladito. Mis compañeros de trabajo estaban con una bandera.
Haber despertado una emoción, una alegría en la gente que no conozco es el gran premio de esta carrera…"
El "Rifle" Varela, conocido joven periodista que cubrió el DAKAR estaba presente y contó sus vivencias: "Conocí a los muchachos a través de Sergio Lapegüe, compañero de TN. "Tengo dos amigos -me dijo- que están totalmente locos. Están haciendo rifas y cosas para poder hacer el Dakar. Hay que ayudarlos"
Yo terminaba TN Noche a la 1 y al cerrar el programa, en cada etapa, buscaba en mi computadora si habían llegado. Y no llegaban…. Siempre recibía un mensajito tardío, cuando ya pensaba que todo había terminado: "Los muchachos llegaron…" Increíble.
El DAKAR también lo corremos los periodistas. Acompañamos, buscamos la primicia, corremos por la nota. El día de la llegada a Palermo, a las 6 de la tarde sonaba insistentemente el celular, era Walter Kent: "Rifle estamos en Gral. Paz y no podemos seguir. ¡Es un mundo de gente!"
Ellos no lo sabían, pero ya habían ganado, eran gladiadores victoriosos.
Yo había trabado cierta amistad con Cyril Despres, quien me había prometido que la primera nota en estudios me la daría a mí. Así que luego de la llegada y de la conferencia de prensa iría al piso de TN para que yo lo entrevistara.
El problema era que la hora del programa llegaba y yo no quería irme de Palermo, pues esperaba a los muchachos.
Producción me llamaba para que terminara en exteriores y fuera al piso, pues querían que estuviera allí para entrevistar a Cyril. Si, si, ya vamos... El equipo de exteriores me preguntaba cuando levantábamos. Eran las 9 de la noche, estaban cansados y ya habían llegado prácticamente todos. Estaba oscuro. Ahora vamos, ahora vamos… Y estiraba, estiraba.
La hora del programa llegó y tuve que hacerle las preguntas desde exteriores. Estaba en eso cuando veo a 5 desaforados desplegando una bandera argentina. Me asomo y vi a un hato de locos sobre el techo de la 423.
Quería hablar, gritar, pero estaba con micrófono abierto… Cyril en el estudio y los Rubinetti en Palermo. Hice las dos cosas. Cyril había venido a ganar y ganó. Los muchachos habían llegado y no importaba en que puesto. Era la gloria y la felicidad en diferentes versiones. Iguales, pero distintas. Y yo estaba con las dos, a corazón y micrófono abierto.
Había 50 locos desconocidos gritando CUATRO-VEINTI-TRES, CUATRO-VEINTI-TRES…
Los tipos eran ganadores. Nosotros podemos tratar de explicarlo, ponerlo en palabras, pero solo ellos lo sintieron. Mil Dakars más no repetirán este momento. Sus lágrimas decían, simplemente "SOMOS LOS CAMPEONES"
Si a esos dos gladiadores exhaustos, sobre una camioneta desecha, les hubiera preguntado si correrían un nuevo Dakar, la respuesta hubiera sido que sí. Uno y mil más. En ese momento eran Dioses todopoderosos. Habían vencido al Dakar"
Un abrazo con sus padres y hermano y con Bocha Massarotti cerró el momento. A todos, el Club les dio bonitas placas recordatorias. También a Renée, una madre realmente especial.
Y, si… fue fuerte. Yo terminé de garabatear el ayudamemoria para esta nota y me quedé pensando: Esto es como cuando llegaron los corredores de hacer la Buenos Aires -Caracas original. Nada menos. No estuve en ese momento, pero estoy en este.
Y los Rubinetti-Kent no se han mandado una gesta menor que la de los Gálvez, por ejemplo. Y estoy presenciando la historia.
Yo estuve en la General Paz y vi el fervor popular, miles de personas esperando ver pasar a los héroes, llenos los puentes y las veredas. Y supe de 25.000 personas en las rotondas de Bolívar. Y vi la muchedumbre al costado de los caminos más insólitos. Entonces tuve la certeza que la génesis de aquel TC de hace medio siglo recorriendo los pueblos, pasando por la puerta de las casas, convocando a la gente, está intacta. Por que había gente de todas las edades, con la pasión transmitida genéticamente por sus ancestros. Las máquinas volvieron a rugir cruzando pueblos, levantando polvo, y la gente volvió a estar allí, como entonces, como siempre.
La capacidad de carga de la indestructible Hi-Lux fue ampliamente superada. Allí viajamos, durante 14 días, los Socios de CAdeAA, la familia Rubinetti y un millón de argentinos acompañándolos. A ellos debemos agradecerles que nos hayan llevado, generosamente, a cumplir nuestro sueño, compartiendo con todos la aventura y la gloria.
Este fue el Dakar que corrimos todos.
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Por: Orlando Bongiardino