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Fiesta de Fin de Año distinta y
Padre e hijo. Una hobby en común

Fiesta de Fin de Año
Quinta Los Laureles

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Con buen e innovador criterio la Comisión Directiva decidió abandonar la sede como lugar de encuentro para la cena de fin de año. La elección recayó en Los Laureles, una quinta acondicionada para reuniones, muy prolija y con todas las comodidades necesarias. La cita fue al mediodía y la meteorología, tirana insoslayable y decisiva, esta vez estuvo de nuestro lado adjudicándonos un día cálido primaveral con una brisa que hizo deliciosa la tarde.

Luego del tradicional asado y algunas canciones en vivo, los bailarines tradicionales coparon la pista y sacudieron lo que pudieron.

Ariosto intentó acompañar a la cantante en algún bolero pero su voz, lejos de ser afiatada, se largó por rumbos, tiempos y melodías incomprensibles. La piadosa muchachada evitó los abucheos.

A la sombra de los árboles se fueron armando diferentes grupos que repasaron las eventualidades del año, las ausencias temporales y definitivas, los desafíos que impondrá el nuevo año, algún proyecto en curso, los chismes parroquiales y todo lo que hace al devenir de una gran familia, como es la nuestra.

Mate y pastelitos le dieron el toque criollo a la tarde. Un truco, en un rincón completaba el paisaje. En el parque, alineados como en una plaza de armas, nuestros hijos de lata acompañaban silenciosamente.

Fiesta sencilla, fiesta familiar, fiesta divertida, fiesta sentida. Fiesta.

Padre e hijo

El hijo, Juan Manuel (182), un paso adelante. El  <br/> padre, José María (175) cuidando sus espaldas.  <br/> Las miradas cruzadas en un diálogo íntimo e <br/> imaginable. Como en la vida. Como debe ser. La <br/> remera azul de la Escudería Vikingo la lleva <br/> Ricardo Cordaro, amigo, apasionado, siempre  <br/> presente.
El hijo, Juan Manuel (182), un paso adelante. El
padre, José María (175) cuidando sus espaldas.
Las miradas cruzadas en un diálogo íntimo e
imaginable. Como en la vida. Como debe ser. La
remera azul de la Escudería Vikingo la lleva
Ricardo Cordaro, amigo, apasionado, siempre
presente.

¿Qué padre no fantaseó alguna vez que su hijo varón abrazara la misma profesión, o continuara el negocio familiar o, por lo menos, gustara de la misma música, equipo de fútbol o Club de Autos? Los hijos son nuestra continuación, nuestro certificado de supervivencia más allá de nuestra gestión aquí abajo. Verlos es vernos. Los hemos educado de acuerdo a nuestras mejores posibilidades y esfuerzos. Además del ADN, hay algo de nuestro moldeado e intención que los va formando, perfilando. Al crecer, verlos tomar decisiones parecidas, descubrir actitudes, gestos y modos tan similares a los nuestros, emociona y asombra. No siempre siguen nuestros pasos, mostrando su individualidad, personalidad y particularidad. Pero si lo hacen, nos invade un orgullo especial.

Es el caso de nuestros consocios José María Pedota, corredor de F1 Nacional y su hijo, Juan Manuel. La foto muestra el día en que el padre acompaña el debut del hijo, ambos sobre la calle de boxes, listos a girar sobre la sacrosanta pista del Autódromo. Un momento único. ¿A qué padre de CAdeAA no le gustaría?