Desayuno en Tiffany
Cine y autos
Desayuno en Tiffany
Un francesito en Manhattan
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Lula Mae se casó, a los 14 años, con un hombre muy mayor. Necesitaba salir de la pobreza y del maltrato en su hogar. Quería dejar de robar leche y huevos de pava para alimentarse y alimentar a su hermanito Fred.
Cuando tuvo fuerzas suficientes escapó de su matrimonio y se fue a New York, donde vivía en un departamento alquilado, con un gato sin nombre al que llamaba, simplemente, Cat.
Cierto día, un desconocido vecino del piso superior, le pidió prestado el teléfono. Tuvieron una instantánea conexión y ella, ignorando el verdadero nombre de su vecino, lo bautizó Fred y le pidió que fueran amigos. Recuerde que Fred era el nombre de su hermano, a quien adoraba y que ahora estaba en el ejército.
Lula Mae ahora era la Sra. Holly Golightly (Golighty significaría: "ir a la ligera"), buscavidas de pretendida alta alcurnia, consiguiendo dinero de donde pudiera para poder hacerse cargo de ese hermano cuando dejara el ejército, pues el muchacho parecía no tener muchas luces.
Dicho vecino era, en realidad, Paul Varjak, un desganado escritor, mantenido por una madura Lady a cambio de ciertos "favores personales". Pero acompañó con sincera amistad a la Srta. Golightly, quién iba de frustración en frustración sin encontrar un caballero adinerado que le ofreciera matrimonio y solucionara de raíz su problema.
Ella solía ir de madrugada, cuando volvía de alguna fiesta, a desayunar a Tiffanys, lugar que ejercía especial fascinación en ella. Claro que ese desayuno consistía en un caffé-latte en vasito de telgopor y alguna rosquilla (dona), tomado en la vereda, mirando a través de la vidriera hacia el interior de ese santuario de los brillantes y esmeraldas.
¿Que tiene esto que ver con CAdeAA, La Luneta y los autos antiguos? pensará Ud. a estas alturas…
Bien: Esta romántica historia, protagonizada por una hermosísima Audrey Hepburn, de estilizadísima figura, largo y delgado cuello tipo Modigliani y por un varonil George Peppard de limpísimos y claros ojos celestes, transcurría en el New York de 1961. Así es que, mientras mi ojo izquierdo disfrutaba del peinado, el antológico vestido negro y el collar de perlas de la Srta. Golightly, (moda que adoptaría y perpetuaría Jacqueline Kennedy) mi ojo derecho disfrutaba del desfile de todos los catafalcos norteamericanos de los '50: Plymouths, Olds, Mercurys, Fords, Packards, De Sotos, Buicks y Chryslers circulando por las Avenidas de Manhattan. Nuevos y relucientes, combinaban dos y tres colores, desplegando enormes paragolpes y profusión de cromados.
De pronto, insólitamente, una trompita inconfundible asomó en la pantalla quebrando la monotonía de chapería, colores y níquel. Ya no pude pensar más en la película, saltando mi atención hacia ese auto bonito, pequeño y europeo, elegante y sobrio. ¡Era un Dauphine!
La Petite voiturette desembarca en USA.
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Así es, el simpático Dauphine, que en nuestro país fuera adoptado por distintos preparadores, obteniendo títulos nacionales en manos de Gastón Perkins, Carlos Ruesch, Danilo Bonamici, Ángel Monguzzi, Emilio Parisi, Eduardo Giordano y Luis Bauque, fue también ensamblado en terminales tan exóticas como Sudáfrica, Australia, México, Bélgica e Irlanda y bajo licencia en Italia, Brasil, España, Israel y Japón.
También, como la película lo evidencia, fue comercializado en USA. Tentado por el éxito de VW, Renault decidió conquistar ese nuevo mercado con un auto netamente europeo. Desgraciadamente, esa aventura terminaría en fracaso.
La estrategia inicial no era intentar una conquista comercial, sino más bien conseguir los fondos suficientes que permitieran, si fuera necesario, iniciar un programa industrial de producción en masa.
En 1948 contactaron a John Green, un dealer local, con quien acordaron vender unas 300 unidades al mes, mayormente en California y Florida. Pero no previeron el establecimiento de una red de atención post ventas por lo que los repuestos resultaron inhallables o carísimos. Vendieron 960 unidades en 1948, 1.551 en 1950 y bajaron a 374 en 1952. Eso provocó que se revocare el contrato de importador exclusivo con J. Green.
Segundo Intento
Propulsado por el nuevo CEO de Renault, Pierre Dreyfus, se encaró un nuevo desafío. Monsieur Dreyfus estaba convencido que Renault sólo crecería internacionalizándose. Las exportaciones serían prioritarias y USA aparecía como el mejor mercado potencial. Renault decidió entonces desembarcar nuevamente allí con el Dauphine (*) tomando como ejemplo la estrategia de VW. Pero no le resultó fácil. Su producto tenía una pobre imagen en ese mercado, al contrario del Escarabajo. De todos modos, vendió 3.670 unidades en el 56 y 33.000 u en el 57. En 1959 se enviaron otras 33.000 unidades a Norteamérica.
El fin de una ilusión
A pesar de las atractivas ventas, las esperanzas de Renault decayeron al llegar los ´60. La crisis del petróleo reconvirtió los enormes y gastadores autos americanos en más pequeños y económicos, amenazando gravemente el segmento donde el pequeño francesito se ubicaba. Los hábitos de consumo habían cambiado.
El stock se acumulaba en el Puerto de Le Havre. Para colmo, se estropearon 6.000 autos por un ciclón en Houston y un maremoto en New York. La recesión que agobió a USA tampoco ayudó a Renault.
Para 1962 las ventas cayeron abruptamente, provocando una gran perdida de dinero que solo pudo ser enjugado por la casa matriz debido a una buena racha en Europa.
Finalmente, la falla estratégica de Renault en este nuevo mercado se debió a que no había desarrollado convenientemente una oferta de vehículos adaptados al clima de USA combinado con un mal momento de la economía en el Norte y el desencanto del público norteamericano por la orfandad en que quedó luego de haber comprado un Dauphine. Así se selló definitivamente la suerte de la aventura.
Algunos años más tarde Renault admitiría: "Nuestros autos no estuvieron preparados para enfrentar la demanda en USA. Varias cosas estuvieron equivocadas con nuestros autos. Más de una cosa estuvo equivocada con el equipamiento de nuestros concesionarios".
¿Y la película?
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Bueno, era un clásico del cine que había alquilado, pues deseaba volverlo a ver, de modo que una vez satisfecha mi curiosidad automovilística, volví a él.
Naturalmente, la señorita Holly Golightly y el Sr. Paul Varjak se enamoraron. Fue él quien primero renuncia a ser mantenido, retomando su oficio de escritor, declarándole su amor. Pero ella teme tanto a la pobreza que no acepta su sincera propuesta, decidiendo casarse con un millonario brasileño.
Aquí es cuando todo se precipita. Su inocente relación con un jefe mafioso, quien le pagaba u$s 100.- para que lo visite cada semana en Sing Sing, le provoca una detención policíaca apareciendo en todos los diarios. El prospecto brasileño pone pies en polvorosa y ella vuelve a fojas cero. Un telegrama le informa, además, que su hermano ha muerto en un accidente, sumiéndola en una profunda tristeza.
Intentando huir hacia Sudamérica, abandona al viejo Cat en un callejón y rechaza nuevamente a George Peppard.
Una intensa lluvia enmarca las escenas finales cuando su sincero enamorado le espeta cuatro verdades, haciéndola reaccionar definitivamente. Bajo esa misma lluvia, empapada, vuelve al callejón a buscar a su abandonado gato y a aceptar, por fin, los requiebros de su galán, plasmando una escena final de antología.
Esta historia, que parece liviana, se basó un una guión suavizado de la novela escrita por el truculento TRUMAN CAPOTE, nada menos. Su inolvidable banda sonora "Moon River" ganó un Oscar y Audrey Hepburn quedó por décadas como icono de feminidad, clase y delicadeza en el imaginario colectivo. Tanto, que una encuesta hecha en el Reino Unido en 2009 la proclamó la actriz más bonita en la historia de Hollywood. Aquejada de una enfermedad terminal, murió haciendo obras de caridad. Su último Director, Steven Spielberg, dijo: "Si en el cielo existen los ángeles, estoy convencido que deben tener los ojos, las manos, el rostro y la voz de Audrey Hepburn".
Disfruté este clásico enormemente y se lo recomiendo. Si decide verlo, no se olvide de prestar atención y descubrir el Renault Dauphine, ahora que conoce su aventura norteamericana.
(*) El Gordini, fue la versión deportiva del Dauphine, con caja de 4 velocidades, frenos de discos en las 4 ruedas y un motor con más caballaje.Asimismo un modelo de carreras salido de la Terminal se denominó "1093" siendo homologado con una producción de 2140 unidades en 1962/3. Al contrario de lo que se cree, la sigla 1093 no se refiere a los cm3 del motor, sino a la sigla con que se nombraba internamente al proyecto del modelo. Renault quiso, inicialmente. llamarlo "Corvette," pero General Motors lo registró primero. La compañía, entonces, decidió llamarlo Dauphine (Delfina), variante femenina de Dauphin, título del hijo mayor del Rey.
Por: Orlando Bongiardino
Fotogramas: Alberto Madeira